domingo, junio 06, 2010

La muerte de los discos, los libros y la televisión.

La violación de derechos patrimoniales de un autor en nuestro código penal, o pira-tería (para el resto de los mortales), contempla enésimas formas de reproducir, distribuir y comercializar una obra sin autorización como delito, salvo una: compar-tir. Porque así se mire el tipo penal de forma amplísima, una parranda vallenata en la sala de una casa será considerada como una conducta delictiva para tal efecto, ni tendrá que pagarle a Sayco por tocar una de Emilianito, cosa en la que coincidiría conmigo hasta el presidente de esa asociación. Porque un factor es indispensable, la voluntad.

Descargar una canción o una película no es un delito en Colombia, qué se haga con ella es lo que puede considerarse como una conducta punible. Por lo que no se en-tiende el miedo que acompaña a cada uso legal que se le da a un producto que está protegido y peor aún la prevención cultural que se ha difundido tanto en el ciudada-no común como en los innovadores de contenido, sobre lo que usan, llegando incluso al proteccionismo desmedido sobre sus creaciones que los coarta de difundir sus obras para evitar que se las roben. Aplacando de forma profunda cuánto podría producirse sólo por miedo a la ley.

Internet es quizás uno de esos inventos intangibles que igual están ahí y se agrade-cen… como el Derecho. Pero su desarrollo exponencial y acogida masiva ha llevado a muchos a predecir el apocalipsis de los medios conocidos. Desde la piratería hasta las (cada día) nuevas formas de comunicación son el primer argumento en temas como el cambio en la industria fonográfica, la editorial, la falta de interacción entre humanos y la pérdida de la privacidad en general. Internet es la culpable, no noso-tros, así como los BlackBerrys han hecho que la gente escriba todo el día con la total convicción que el receptor no cuenta con una vida o con otras obligaciones que cumplir además de responder. La respuesta sobre cómo debe usarse la herramienta es cultural, el problema no es la herramienta en sí.
Quizás exceptuando las formas en que son fijados los contenidos. La verdad es que ningún medio de comunicación ha logrado aniquilar a otro, ni la televisión al cine, ni el mp3 a la radio, ni Internet a todos los anteriores. El papel sigue siendo el estándar, y la fijación de imagen/sonido sigue siendo en esencia lo mismo desde Edison, sólo que su reproducción se lega a algún aparato electrónico distinto que promete mayor calidad. Cambia el lenguaje, cosa que no es per se reprochable, pero si quizás antijurídica, ¿pero acaso no puede cambiarse la ley?

Es desde el Derecho que se ha decidido de antemano cómo puede utilizarse cierta creación, inviabilizando el extremo que se retrataría en un artista totalmente des-apegado económicamente de su contenido, criminalizando los usos que la tecnología, como internet, ha introducido ampliando la difusión, proporcionando herramientas que democratizan quién genera y distribuye contenidos; cambios que no es la primera vez que se presentan (ni será la última). La legislación debería estar a la altura de los cambios culturales, no ser la excusa para frenarlos.

Compartir información, compartir canciones y películas con ánimo de obtener refe-rencias, para generar otro tipo de contenidos, no es muy diferente a ir a una biblioteca a hacer investigación para escribir un artículo con más citas que afirma-ciones reveladoras. Pero la motivación puede ser fútil, como un gusto personal que eventualmente hará que quiera comprar una boleta de un concierto o ese reloj des-pertador de Rayo McQueen.

En pro de la creatividad ¿quién debería decidir qué es un uso adecuado? el autor; y debe poder decirlo públicamente desde antes (ahí entrarían a jugar una licencias como las ofrecidas por Creative Commons). Los abogados, una casta que se dedica a comentar y glosar textos inmóviles, rara vez aportándole algo significativo a éstos, no pueden ser quienes decidan sobre el futuro del proceso creativo y de cómo hacer lo que ellos tampoco saben cómo se hace.

La revolución hay que hacerla desde la creación del contenido, y depende de los autores/compositores/creativos/artistas o pseudoartistas, no de un código y una corbata.