miércoles, junio 03, 2015

Un experimento inesperado



“Arte no es lo bello.
Arte no es la pintura.
Arte no es algo que cuelgas de la pared.
Arte es lo que hacemos cuando estamos verdaderamente vivos.”
– Seth Godin
(
The Icarus Deception: How High Will You Fly?, 2012)

En ese sentido, para mí dictar una clase es Arte (con mayúscula); es lo que hago cuando necesito sentir que estoy realmente vivo.
Este semestre puse a prueba esta afirmación con un reto inesperado.
Dictar dos salones de una asignatura que no había dado antes y, a mi juicio, sin el suficiente conocimiento teórico para soportarlo.
Fue una clase-performance.
Un espectáculo de una sola función.
Un arma que se iba a disparar una sola vez.
Luego de utilizar este programa, no habría necesidad de repetirlo, ni espacio para eso. Eso era liberador. Exoneraba de la presión del fracaso del estreno y no poder vender la segunda función; y a la vez, si salía victorioso cumpliría el dicho gringo de retirarse cuando estás en la cresta de la ola.
Un performance.
Desde atrás de la cabeza me reclamó un texto, que en mi pensamiento ya es canónico, en el que se afirmaba lo mismo sobre le derecho. No es más que un performance, un acto (Guardiola-Rivera, O., and C. Sandoval, 2002).
Algún día confesé en un consejo de profesores que mis alumnos eran mi objeto de estudio. Todos los presentes, claro, estudiosos de los procesos de descolonización, me miraron mal, como era de esperarse y me corrigieron en el error.

Son tus sujetos de estudio Santi… no son objetos—

Tener un programa de un solo disparo fue en la oportunidad perfecta para experimentar, con mis sujetos de estudio como protagonistas.

Por lo que formulé tres preguntas:
1.              La primera por una necesidad estética. ¿Cómo devolverle al derecho el acto de creación como un acto de su esencia?
2.              La segunda por una necesidad de mercado. ¿Cómo hacer que cada alumno aprenda algo diferente e igual cumplir con el objetivo del programa?
3.              La tercera para evidenciar la crueldad de la ciencia. ¿Cómo dar una clase donde la respuesta correcta no sea necesariamente las más fácil… y que a la vez la respuesta correcta no lo sea por mucho tiempo?

Mis antecesores, por si no sabían, habían dado esta clase desde muchas otras perspectivas. Enunciaré dos, que conocí de cerca.
Una duró el semestre entero definiendo en qué consistía un Evento (con mayúscula), como lugar histórico que se conoce y se analiza en retrospectiva, que es a su vez un problema de entendimiento entre H. Lindhal y A. Escobar.
Otra partía con una pregunta y terminaba con una afirmación. La pregunta era cursi, ¿creen el amor? y la afirmación era indescifrable: “El terrorismo es un regalo”.
La aproximación que propuse, se alejaba de estas dos, pero igual proponía iniciar el análisis de la teoría del derecho desde una orilla poco usual.
En el intento me encontré con cosas que son familiares. Caras de aburrimiento, mucho Whatsapp, afirmaciones hermosamente crueles como “Esta discusión no da ni para un tema de coctel”, entre otras cosas.
Aún así conté con un par de colaboradores; unos pocos que entendieron el objetivo y pese a las falencias discursivas le apostaron al método, por sus propios motivos.
Estimo que son algo más del 20% de ustedes… y tener un índice de aceptación mayor al del gobierno distrital actual debe servir de algo.
Necesidad estética
El acto de creación

El problema de las cátedras de derecho como las de esta casa de estudios es que están demasiado viciadas de temor reverencial.
Si pusieron atención en su clase de obligaciones (que lo dudo) el temor reverencial es un vicio del consentimiento; y aún así el modelo pedagógico replicado y aplaudido, tanto por los profesores como por sus estudiantes.
El temor (infundado) es venenoso para los procesos de creación.
El acto de creación requiere de una suerte de valentía para exteriorizarse. Lo primero era intentar un ambiente de clase cercano a la complicidad, lejos del miedo y la reverencia —de horizontalidad… así me acusaran de tener complejo de Peter Pan. Un ambiento plagado de honestidad brutal, de cartas sobre la mesa, de pre-juzgamientos mutuos pero de intención de buscar respuestas… o de formar más preguntas. Un ambiente de respeto (con algo de respuestas pasivo-agresivas por el uso innecesario de sus celulares y miradas de indignación).
Pero el reto era crear.
En la “Ilusión de Ícaro” de Seth Godin (2012), se recuenta el mito, donde Dédalo le dice a Ícaro que no debe volar tan alto porque el sol derretirá la cera con la que están pegadas las plumas de sus alas, y que no vuele tan bajo porque se lo come el mar.
El derecho es algo similar, la búsqueda de ese equilibrio perpetuo, ser Ícaro, el justo medio… el medio atemperado.
Pero Godin sostiene en su libro que nos tomamos demasiado en serio eso de no volar tan alto para que el sol no derrita nuestras alas, y a la vez olvidamos la segunda parte de la advertencia: no volar tan bajo.
En la pedagogía usualmente se cae en ese problema. Volar demasiado bajo. Exigir poco, no hacer pensar tanto. Creer que todo requiere de un estudio detallado de la época en la que todo sucedió acompañada de la biografía canónica de sus protagonistas.
Para salir de eso, es necesario apostar por crear.
Crear es imperativo, y vienen a mi memoria las palabras que le escuché a Nicolás Montero hablando del Festival Estudiantil de Teatro de Bogotá, que creo que son pertinentes sobre el acto de crear:

“Una experiencia casi salvaje fue la clausura del Festival Estudiantil de Teatro de Bogotá pasado. Fue en el Gimnasio Moderno, y era tal la gritería que había, que uno podía menos que sentirse completamente sobrecogido por toda esa energía, toda es fuerza dispuesta a la creación. Yo salí terriblemente agradecido de ver que esto era posible, que todavía sigue siendo posible que el teatro convoque tanta creación, tanta emoción, tanta juventud… y quedé rayado por eso.
Ya llevo mucho tiempo en este oficio, y reencontrarme con tanta emoción fue realmente conmovedor. Y me puse a pensar qué eso es lo que habita la creación ¿cierto? eso es lo que habita el hecho de que uno se sienta verdaderamente creando algo, donde la emoción y lo que uno piensa se vuelven una sola cosa y se mediatizan a través una obra de teatro. Entonces, sentir toda esa emoción, es acercarse a algo muy parecido a lo que llamamos esperanza, a lo que llamamos futuro, a lo que llamamos posibilidad, a lo que llamamos, si ustedes quieren, país.
Entonces este es un festival que quizás sea el más ambicioso de todos, porque le apuesta justamente a eso, a que cuando la emoción y el conocimiento se unen, y se vuelven creación; se vuelve la manera más noble, la manera más optimista de acercarnos a nuestras realidades; y eso yo lo sentí en el último festival y en esa clausura y espero que en este festival se vuelva a reproducir.
Porque estamos ante un mundo que está en crisis, y solo el hombre que es capaz de crear, solo ese hombre puede asumir su relación con el mundo en términos de creación, es el que va a ser el que nos permita tener una concepción de futuro.
Así que, verlos a ustedes, como veíamos en esta imagen, con una escalera puede convertirse en cualquier cosa, con un vestuario puede convertirse en cualquier cosa, que lo que ustedes piensan y les gusta de las historias se vuelven real en el escenario, finalmente creo que de eso se trata y estoy seguro que todos los que estuvieron apoyando la creación en los colegios sintieron lo mismo: el compromiso real es con el hombre que es capaz de crear.
Y con esto quiero decir, además que ustedes con estudiantes tienen el derecho a crear, y no solo eso, tienen el derecho a exigir que su educación se vuelva creación. Tienen que exigirlo en todas partes, tienen que exigirlo en sus aulas de clase, tienen que exigirlo en sus familias, tienen que exigirlo en la calle, tienen que exigirlo como ciudadanos.
Estamos aquí para crear, para relacionarnos con el mundo de una manera en la que construyamos algo nuevo, algo significativo, algo que no nos avasalle, sino que permita liberarnos; y ustedes son la prueba de una parte fundamental de eso. Porque apostar a la creación es, a mi juicio, el oficio más digno que puede existir.” (Montero, 2014)

Si la idea era que yo creyera que ustedes son muy chiquitos para entender, para pensar o para que trajeran algo en la cabeza; les pido disculpas por tener demasiadas expectativas en ustedes.
Esto se hace desbaratando autores, profesores, colegas, se hace poniendo en tela de juicio el criterio de otros hasta probar que alguien finalmente tiene la razón.
Ahí perdurará la creación en el derecho.
Espero que sean tan críticos con sus demás profesores a como lo fueron conmigo.
Creo que eso es necesario, en ciertos casos y que a su vez que enseñar debe estar limitado hacia la gente que realmente es capaz de hacerlo con seriedad.
Nada más obsceno que un profesor de introducción en un programa de especialización diciendo cómo la escuela de los glosadores, glosaron el texto de las doce tabla y que por eso fue que Justiniano encargó la recopilación.
Lo viví… y la gente tomaba apuntes. La mayor irresponsabilidad.
Necesidad de mercado
¿Cómo hacer que cada uno aprenda algo diferente?

Una clase que vale la pena es la que genera más preguntas que respuestas; y si deja una duda latente hasta el próximo encuentro es aún mejor.
Colombia es un nido de abogados, parafraseando Ricardo Silva Romero (2012); y peor aún, un lugar donde todos los abogados saben lo mismo. Donde nos encanta que nuestra disciplina sólo sea capaz de escarbarse su propio ombligo y mirar con desdén a otras que pueden ser complementarias. Iría un paso más allá, solo se mira el ombligo y cree que en ese ombligo se encuentra todo el conocimiento necesario para entender las demás disciplinas existentes.
La primera apuesta era que todos se sintieran cómodos sabiendo algo diferente que los otros… y que eso igual les diera la misma nota.
Cada quien está a la altura de su propia mediocridad, y el trabajo duro se recompensa con el tiempo. Escuchando al otro, avanzando. Reconociendo los propios límites y retando los actuales.
Cada grupo, con sus textos y sus métodos, llegó a un algo que podríamos llamar interesante, vigente, relevante… y por eso mismo nadie debería hablar de esto en un coctel.
Más allá de su nota como recompensa creo que generamos una buena discusión, no en el sentido que uno de ustedes entendía un debate[1]. Sino como ese lugar en el que dos ideas se enfrentan hasta que sus interlocutores entienden la idea contraria… nadie dijo que debía ceder, nadie crea que se termina con el convencimiento irresoluto del otro. Por eso los abogados son insoportables, porque nos encanta amanecer discutiendo y no dejar de insistir hasta que no nos den la razón.

En esta búsqueda la clase tuvo varias etapas, crecimiento, euforia, meseta y declive. Lo que muestra que el desarrollo fue totalmente orgánico… y termina hoy de forma agónica.

El conocimiento, porque es de por si entrópico, nunca te da acceso por la misma puerta… así quieras.

Las posiciones  y el conocimiento hay que sustentarlo y la respuesta que el derecho necesita no está únicamente en leer dos códigos y aprenderse de memoria el número del decreto o la sentencia donde creen que está respuesta. La respuesta es integrar disciplinas, ahondar en los temas, preguntar, preguntarse. Si no encuentran un libro sobre eso, escríbanlo y seguro mucha gente querrá opinar que ellos son los que tienen la respuesta.
Crueldad de la ciencia

El mejor profesor que la televisión contemporánea a dado es Neil deGrasse Tyson; y claro, los hipsters dirán que nadie es mejor que Carl Sagan… pero síganme en esta.
En el re-make de Cosmos (2014) deGrasse Tyson pone sobre la mesa de manera sencilla las cinco reglas de la ciencia:
1.               Cuestionar la autoridad. Ninguna idea es correcta solo porque alguien lo dice, incluido yo. Piensa por ti mismo.
2.                Cuestiónate. No creas en algo solo porque quieres. Creer no hace que algo sea verdadero.
3.               Pon a prueba las ideas. Observación y experimentación. Si tu idea favorita falla bajo un experimento bien diseñado, la idea es errónea. Supéralo.
4.               Sigue la evidencia a donde quiera que esta lleve. Si no tienes evidencia reserva tu opinión.
5.               Recuerda que te puedes equivocar. Todos los científicos grandes se equivocaron en algo.
Saber que el conocimiento de la ciencia es cambiante es liberador.
Reconocer que el profesor es un ignorante es liberador. Socrático y sintomático; pero liberador. Al menos si reconoce sus límites y es honesto con eso.
Creo que el rol del profesor es de llevar la antorcha. De pararse en el borde del abismo y lanzarla al vació; y ser suficientemente convincente como para que alguien se aventure a lanzarse tras de ella. Su Arte es la de hacer preguntas, las pertinentes y las incómodas. Así se despierta el hambre propia de la duda, de la duda que carcome.
De la duda que lleva a crear.
Y la culebra se muerde la cola.
La ciencia es cruel porque invita a aceptar los hechos, y a la vez maravillosa porque busca dudar de todo para llegar a las respuestas.

Una apuesta por conocimientos diversos, por la creación (hasta en el derecho) es lo que puede hacer que vuelen lo suficientemente alto, para que Ícaro se pierda e intente seguir subiendo.

Por eso he insistido que el derecho debería integrar una o dos cosas del arte como disciplina y no solo lo conveniente de las ciencias.

El Arte, bien hecho, no le tiene miedo al sol.


PD:  Me niego a creer esta es la peor clase que han recibido hasta el momento; van en cuarto semestre, todavía tienen seis semestres para dejarse sorprender… me cuentan como les va viendo Derecho Tributario.


Bogotá D.C., Junio 3 de 2015




Referencias
"Unafraid of the dark." Cosmos: A Spacetime Odyssey. National Geographic Channel, Washington, D.C. 8 Jun. 2014. Televisión.
Godin, Seth. The Icarus Deception: How High Will You Fly?. Penguin, 2012.
Guardiola-Rivera, O., and C. Sandoval. "Un caballero inglés en la corte del gran Khan. En torno a los estudios sobre globalización y derecho de William Twining." Derecho y globalización (2002): 23-115.
Montero, Nicolás. "El oficio de crear." Instalación del II Festival Estudiantil de Teatro de Bogotá. Corporación Festival Iberoamericano de Teatro de Bogotá. Sala Montefiori, Casa del Teatro Nacional. Bogotá 1 Oct. 2015. Conferencia.
Silva Romero, Ricardo. "Ojalá." El Tiempo 1 Mar. 2012, Opinión sec. Impreso.




[1] Una discusión moderada en la que cada parte traía preparada perfectamente su posición y podía sustentarla desde esa preparación.

lunes, abril 13, 2015

Tinderísticamente hablando

Mientras vuelve el Blog de Hoja Blanca (Reducción al Ab-zoordo)
… si es que vuelve (fingers crossed)


Una amiga encontró un sujeto que la descripción de su perfil decía “Sí, estoy casado y tengo un hijo. Tinder me causa curiosidad, y no me gusta quedarme con curiosidades.”

Man, la curiosidad mató al gato, pero todo bien.

El concepto celestino detrás del Tinderismo no es cosa nueva, las maneras alternativas de buscar pareja tienen todos los colores de la imaginación humana, desde la tía solterona recomendado a las hijas de sus amigas hasta buscoesposacolombiana.com. Pero esta red social —¿red social? Mis amigas la consideran una red social y me pegaré a esa definición— logra romper un par de barreras dentro de la cultura colombiana de salir a tomarse algo; al menos interesa a mujeres solteras, las cuales aceptan que desconocidos les hablen de nimiedades, sin que se requiera un contexto específico o interacción previa y sin perder el interés de inmediato… eso ya es mucho decir.

El Tinderismo logra ofrecer algo adicional, en medio del silencio, con una cierta comodidad estética, da una sensación de seguridad y emula un reality show a pequeña escala en el que el pretendiente elige quién está o no a la altura de sus estándares de belleza —o de hambre.

De a poco, hemos creado la necesidad de otra capa más de nuestra personalidad digital, en la que es necesario ya no solo es necesario proyectarse como alguien feliz en Facebook, alguien inteligente en Twitter, y con sentido de la perspectiva en Instagram, sino también atractivo en pocas fotos, para Tinder™.

Todo el mundo dice lo mismo, nadie está ahí porque realmente quiere, quiere ver esa vaina qué es, nadie está esperando encontrar el amor puro y verdadero, y al mismo tiempo todas las personas participan con ese discurso que creen que es un discurso de excepción. Para mi, así no saque nada real del Tinderismo en términos de relaciones sentimentales, al menos me quedan importantes preguntas por resolver:

  • ¿A cuántos kilómetros a la redonda debería uno buscar con quién reproducirse?
  • ¿El rango de edad importa como preferencia personal o de doble vía?
  • ¿Cuántas fotos con gafas oscuras debe ver uno para saber que todas son una mentira?
Todos mentimos, en una rumba o por Tinder. El juego de la conquista siempre ha sido el arte de las verdades a medias. Uno sabe que ninguna vive hiper-maquillada y de vestido largo, la vida no es en blanco y negro y que las gafas oscuras son la mejor manera de estandarizar los rasgos faciales de las personas en las fotos. Aún así apostamos. Uno apuesta por la foto súper producida, por la bonita, la buenona, la de media cara en la foto, la artística. Es un like que no requiere ninguna inversión, es un riesgo recíproco bajo el la premisa “capaz da algo”.

Es la versión de comida rápida de una cita a ciegas; en la que aún así, fallamos.

Usualmente, y en el mejor de los casos, le apostamos a un grado de alcohol para aplacar la cobardía y a un contexto de oportunidad preciso y escaso para empezar a interactuar. Esta es la alternativa light ¿por qué no?

“Capaz da algo.”

He tenido dos consultorías sobre cómo curar mi perfil de Tinder™ —ninguna con éxito, al parecer no soy muy bueno mercadeándome por medios digitales… supongo que eso habla bien de mi… en algún lugar del mundo— y las opiniones son diversas, como los gustos por las telas, que más sociable, que menos selfie, que más cosas que hablen algo de ti, que deje esa, sí, esa funciona, sí, no, bueno sí. Esa.

Una ciencia inexacta.

Creo que en el fondo es un ejercicio interesante, una herramienta más, un lugar en el que todo el mundo insiste que está por casualidad y donde se juzga a conocidos y desconocidos por igual; un rumbiadero más de esta ciudad. La reducción al absurdo de que la belleza entra por los ojos.

Aún así, al final del juego, es la interacción real la que dicta el éxito de la herramienta. Conozco historias de final feliz. He vivido algunas que preferiría olvidar. En algún momento se debe traspasar el silencio, la pantalla y concretar ese salir a tomarse algo… y lograr conectar lo suficiente para querer/lograr una segunda oportunidad.

Por el momento me dedicaré a ir a cumpleaños y que me presenten la amiga de una amiga en la sala de una casa. Comenzar conversaciones con desconocidas por escrito requiere de una destreza que desconozco, peco por trascendente y muchas veces me quedo corto después de un “Hola, ¿cómo vas?”

Será mejor así, en algún lugar del mundo.