lunes, abril 09, 2012


publicado en HojaBlanca
Para los Nativos Bogotanos, (debo decir Nativo porque ellos alegremente encasillan a éste servidor como Provinciano) el país se divide en tres: una ciudad (Bogotá), un territorio (Tierra Caliente) y una zona (Zona Roja).
Y no es de extrañar, yo recibí precarias clases de geografía colombiana, y por aprender cada región por separado casi no me doy cuenta de que el Meta linda con Cundinamarca. Por eso no me trasnocha que la organización de la desmemoria, los lleva a separar el tricolor entre tres pisos térmicos propios.
Bogotá, Tierra Caliente y Zona Roja: pintoresco, tal vez, complicado, siempre y mucho.
Pero también nos pasa a nosotros, a los que la escala cromática bajo el sol únicamente nos lleva del blanco nalga al rojo camarón (así esa definición incluya al Nativo capitalino), porque para los de provincia solo existe la tierrita y “la costa”, y para los costeños hay regiones milimétricas con acentos que solo ellos diferencian y, que igual, todo el que nazca de Montería para abajo es cachaco así no quiera; y, hay quien, por razones comerciales, incluye en su léxico topográfico el siempre ambiguo “los Llanos”.
Nos damos cuenta, todos nos damos cuenta, que al caminar por cualquier, latitud así sea cercana, somos extranjeros así nunca nos llamen gringos, y que igual aquí un gringo puede ser un Noruego que roban en un fluido inglés mientras camina por la T (“¡Guimi de moni madafoker!¡De Moni!”). Pero así generalizar sea de mentes simplonas, el perfil de pensamiento sobre el territorio subsiste.
Con decisión borramos partes del país para olvidar incluso su existencia, las creemos vacías, carentes de personas o incluso de sentido de pertenencia.
“No olviden el Putumayo; para todo lo dejan por fuera” – me dice una abogada oriunda de Mocoa, al enterarse del alcance de un estudio que apenas comienza; el cual debe incluir muestras de todos los rincones del país, así estén en Bogotá, en tierra Caliente, en Zona Roja, en la Costa, en la Sabana del Sinú o quién sabe en qué municipio, de esos que es mejor no mencionarle a sus papas si hay que ir.
Borramos de forma muy efectiva lo que desconocemos, simplificamos las conexiones para poder entender. De esa manera nuestra interacción con el mundo es una pseudociencia donde nos importa solo lo que nos beneficia, solo los aciertos probables.
Lo que me inquieta es ver que el sentido de pertenencia es reducido, que alguien puede desvivirse por una región y al mismo tiempo siente que solo pertenece a tres barrios de la ciudad en que creció, con la creencia que en su ciudad solo hay “gente bien” y que los pueblos no son más que caseríos a borde de carretera.
¿Qué consideramos lejos?¿Hasta dónde va el borde del sol? El calor me nubla las respuesta.
Por el momento, abro una cerveza mañanera en tierra caliente, y pienso que para que la felicidad fuera completa faltaría un pote de hormigas culonas; el frío Bogotano está bien lejos y hay un grupo de gringos en la carpa de al lado.

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