lunes, abril 23, 2012

Mas mamón que un Meme


Foto: @tintaimpresa ; Meme: @Zoordo El universo facebookístico colombiano ha sucumbido ante una de las epidemias de internet: los memes, (o memes [mims] en un correcto inglés). Estos han reemplazado las cadenas que vaticinan enésimos fracasos amorosos y otros destinos desafortunados si no las envías; cadenas que, según muchas de ellas, empezó a enviarlas Jesús, y que, hasta hoy, llegan a ti en su versión de PowerPoint.

Memes como pequeños lugares comunes de la vida de todos, frases recurrentes (como una buena marca), o imágenes repetidas de la cotidianidad que pocas veces tienen algo que aportarnos; también hay videos… sólo que no se comparten tanto.

Facebook no los inventó, ni tu amigo exhibicionista que actualiza de forma frenética su cuenta y comparte hasta sus lecturas poco ortodoxas por Yahoo News, y no, tampoco fue 9gag; hay memes dando vueltas desde el 2009 (The Annoying Orange).

Aún así, ya los incorporamos en nuestro lenguaje cotidiano y son un punto de referencia en conversaciones, desde “me gusta” hasta “true story”, forever alone y otras sandeces.  Internet logra proporcionar una vez más contenidos vacíos para pasar el tiempo; procrastinar, procrastinar… el último mandamiento.

Y pasa como en la TV, la sección educativa está bien para un segmento, pero el entretenimiento sigue siendo el componente fundamental de las parrillas, porque para eso es que sirven los medios de comunicación en realidad. ¿Acaso por qué Internet debía ser la excepción?, nunca lo ha sido, así, para alegría de las mentes más castas, los memes se presentan como un objeto de consumo más sano que la sobreoferta de porno que siempre ha caracterizado la web.

Ya sea por la necesidad de reírnos, o de buscarle un giro a lo obvio, los memes son la forma de ejercitar el comediante amateur que tantos amigos tienen dentro. Lo que lleva implícito, como píldora ideológica de nuestra generación, el decálogo de “haz lo que tu realmente quieras, porque puedes”, que es la versión micro de la proliferación de chefs y pole dancers.

Porque las herramientas están al alcance de cualquiera que sepa digitar lo que quiere en Google (¿se me escapa alguien?), son una muestra más de la democratización de los placeres. Tu vecino puede inventar un buen chiste sin ser Seinfeld, y vale resaltar que más de uno le ha pegado al perro y nos ha hecho reír. La necesidad de crear prevalece, aunque no necesariamente todos los resultados son buenos.

En la música ha sido igual. De la mano de los “estudios” de grabación caseros se genera una sobreoferta de material que  carece de industria. El lío no está en la vitrina al alcance de todos, lo que falta es un poco de edición para resaltar las joyas que nacen por epifanía o por error, así los insumos sean escasos.

Así, las frases de películas, o de series que nos gusta, imágenes ridículas o simples comentarios pendejos de cómo amarrarse los zapatos, llegan a manos del que los esté buscando para alimentar nuestra adicción a perder el tiempo; en fin, lo entiendo, los consumo. Un vicio inofensivo en pequeñas cantidades.
Solo una advertencia, si me permiten, de verdad está bien si te gustan… pero por favor, a nadie le importa tanto como para que los compartas con sobreactuado entusiasmo cada vez que te estrellas con otro chiste sobre Ublime.


(Astilla: Mi recomendación sería Cheezburger Network y sus 15 millones de memes; demasiados blogs para perder el tiempo, padres de Failblog.org para placeres morbosos tipo Jackass)

lunes, abril 09, 2012


publicado en HojaBlanca
Para los Nativos Bogotanos, (debo decir Nativo porque ellos alegremente encasillan a éste servidor como Provinciano) el país se divide en tres: una ciudad (Bogotá), un territorio (Tierra Caliente) y una zona (Zona Roja).
Y no es de extrañar, yo recibí precarias clases de geografía colombiana, y por aprender cada región por separado casi no me doy cuenta de que el Meta linda con Cundinamarca. Por eso no me trasnocha que la organización de la desmemoria, los lleva a separar el tricolor entre tres pisos térmicos propios.
Bogotá, Tierra Caliente y Zona Roja: pintoresco, tal vez, complicado, siempre y mucho.
Pero también nos pasa a nosotros, a los que la escala cromática bajo el sol únicamente nos lleva del blanco nalga al rojo camarón (así esa definición incluya al Nativo capitalino), porque para los de provincia solo existe la tierrita y “la costa”, y para los costeños hay regiones milimétricas con acentos que solo ellos diferencian y, que igual, todo el que nazca de Montería para abajo es cachaco así no quiera; y, hay quien, por razones comerciales, incluye en su léxico topográfico el siempre ambiguo “los Llanos”.
Nos damos cuenta, todos nos damos cuenta, que al caminar por cualquier, latitud así sea cercana, somos extranjeros así nunca nos llamen gringos, y que igual aquí un gringo puede ser un Noruego que roban en un fluido inglés mientras camina por la T (“¡Guimi de moni madafoker!¡De Moni!”). Pero así generalizar sea de mentes simplonas, el perfil de pensamiento sobre el territorio subsiste.
Con decisión borramos partes del país para olvidar incluso su existencia, las creemos vacías, carentes de personas o incluso de sentido de pertenencia.
“No olviden el Putumayo; para todo lo dejan por fuera” – me dice una abogada oriunda de Mocoa, al enterarse del alcance de un estudio que apenas comienza; el cual debe incluir muestras de todos los rincones del país, así estén en Bogotá, en tierra Caliente, en Zona Roja, en la Costa, en la Sabana del Sinú o quién sabe en qué municipio, de esos que es mejor no mencionarle a sus papas si hay que ir.
Borramos de forma muy efectiva lo que desconocemos, simplificamos las conexiones para poder entender. De esa manera nuestra interacción con el mundo es una pseudociencia donde nos importa solo lo que nos beneficia, solo los aciertos probables.
Lo que me inquieta es ver que el sentido de pertenencia es reducido, que alguien puede desvivirse por una región y al mismo tiempo siente que solo pertenece a tres barrios de la ciudad en que creció, con la creencia que en su ciudad solo hay “gente bien” y que los pueblos no son más que caseríos a borde de carretera.
¿Qué consideramos lejos?¿Hasta dónde va el borde del sol? El calor me nubla las respuesta.
Por el momento, abro una cerveza mañanera en tierra caliente, y pienso que para que la felicidad fuera completa faltaría un pote de hormigas culonas; el frío Bogotano está bien lejos y hay un grupo de gringos en la carpa de al lado.